EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu ("vitae spiritualis ianua") y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (cf Concilio de Florencia: DS 1314; CIC, can 204,1; 849; CCEO 675,1): Baptismus est sacramentum regenerationis per aquam in verbo" ("El bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra": Catecismo Romano 2,2,5).
I. El nombre de este sacramento
Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein
en griego) significa "sumergir", "introducir dentro del agua"; la
"inmersión" en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la
muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con Él (cf Rm 6,3-4; Col 2,12) como "nueva criatura" (2 Co 5,17; Ga 6,15).
Este sacramento es llamado también “baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo” (Tt 3,5), porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual "nadie puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,5).
"Este baño es llamado iluminación porque quienes reciben esta enseñanza (catequética) su espíritu es iluminado" (San Justino, Apología 1,61). Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9), el bautizado, "tras haber sido iluminado" (Hb 10,32), se convierte en "hijo de la luz" (1 Ts 5,5), y en "luz" él mismo (Ef 5,8):
El
Bautismo «es el más bello y magnífico de los dones de Dios [...] lo
llamamos don, gracia, unción, iluminación, vestidura de
incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso
que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan nada; gracia, porque es dado incluso a culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios» (San Gregorio Nacianceno, Oratio 40,3-4).
II. El Bautismo en la Economía de la salvación
Las prefiguraciones del Bautismo en la Antigua Alianza
En la liturgia de la vigilia Pascual, cuando se bendice el agua bautismal,
la Iglesia hace solemnemente memoria de los grandes acontecimientos de
la historia de la salvación que prefiguraban ya el misterio del
Bautismo:
«¡Oh Dios! [...] que realizas en tus sacramentos obras
admirables con tu poder invisible, y de diversos modos te has servido de
tu criatura el agua para significar la gracia del bautismo» (Vigilia Pascual, Bendición del agua: Misal Romano).
Desde
el origen del mundo, el agua, criatura humilde y admirable, es la
fuente de la vida y de la fecundidad. La Sagrada Escritura dice que el
Espíritu de Dios "se cernía" sobre ella (cf. Gn 1,2):
«¡Oh
Dios!, cuyo Espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las
aguas, para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar» (Vigilia Pascual, Bendición del agua: Misal Romano).
La
Iglesia ha visto en el arca de Noé una prefiguración de la salvación
por el bautismo. En efecto, por medio de ella "unos pocos, es decir,
ocho personas, fueron salvados a través del agua" (1 P 3,20):
«¡Oh
Dios!, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste
el nacimiento de la nueva humanidad, de modo que una misma agua pusiera
fin al pecado y diera origen a la santidad (Vigilia Pascual, Bendición del agua: Misal Romano).
Si
el agua de manantial simboliza la vida, el agua del mar es un símbolo
de la muerte. Por lo cual, pudo ser símbolo del misterio de la Cruz. Por
este simbolismo el bautismo significa la comunión con la muerte de
Cristo.
Sobre todo el paso del mar Rojo, verdadera liberación de
Israel de la esclavitud de Egipto, es el que anuncia la liberación
obrada por el bautismo:
«Oh Dios!, que hiciste pasar a pie enjuto
por el mar Rojo a los hijos de Abraham, para que el pueblo liberado de
la esclavitud del faraón fuera imagen de la familia de los bautizados» (Vigilia Pascual, Bendición del agua: Misal Romano).
Finalmente,
el Bautismo es prefigurado en el paso del Jordán, por el que el pueblo
de Dios recibe el don de la tierra prometida a la descendencia de
Abraham, imagen de la vida eterna. La promesa de esta herencia
bienaventurada se cumple en la nueva Alianza.
El Bautismo de Cristo
Todas
las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús.
Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por san Juan el
Bautista en el Jordán (cf. Mt 3,13 ) y, después de su
Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os
he mandado" (Mt 28,19-20; cf Mc 16,15-16).
Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de san Juan, destinado a los pecadores, para "cumplir toda justicia" (Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp
2,7). El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación
desciende entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación, y
el Padre manifiesta a Jesús como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).
En
su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo.
En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén
como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc 10,38; cf Lc 12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (cf. Jn 19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (cf 1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible "nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).
«Considera
dónde eres bautizado, de dónde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo,
de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: Él padeció por ti.
En él eres rescatado, en él eres salvado. (San Ambrosio, De sacramentis 2, 2, 6).
El Bautismo en la Iglesia
Desde
el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo
Bautismo. En efecto, san Pedro declara a la multitud conmovida por su
predicación: "Convertíos [...] y que cada uno de vosotros se haga
bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y
sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos,
hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48;
16,15). El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor
Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara san. Pablo a su carcelero en
Filipos. El relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el
bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16,31-33).
Según el apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con Él:
«¿O
es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos
bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo
en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre
los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros
vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4; cf Col 2,12).
Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (cf 1 Co 6,11; 12,13).
El
Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la "semilla incorruptible"
de la Palabra de Dios produce su efecto vivificador (cf. 1 P 1,23; Ef 5,26). San Agustín dirá del Bautismo: Accedit verbum ad elementum, et fit sacramentum ("Se une la palabra a la materia, y se hace el sacramento", In Iohannis evangelium tractatus 80, 3 ).
III. La celebración del sacramento del Bautismo
La iniciación cristiana
Desde
los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino
y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser
recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos
esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva
a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del
Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística.
Esta
iniciación ha variado mucho a lo largo de los siglos y según las
circunstancias. En los primeros siglos de la Iglesia, la iniciación
cristiana conoció un gran desarrollo, con un largo periodo de catecumenado,
y una serie de ritos preparatorios que jalonaban litúrgicamente el
camino de la preparación catecumenal y que desembocaban en la
celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana.
Desde
que el Bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de celebración
de este sacramento, ésta se ha convertido en un acto único que integra
de manera muy abreviada las etapas previas a la iniciación cristiana.
Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal.
No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al
Bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el
crecimiento de la persona. Es el momento propio de la catequesis.
El Concilio Vaticano II ha restaurado para la Iglesia latina, "el catecumenado de adultos, dividido en diversos grados" (SC 64). Sus ritos se encuentran en el Ritual de la iniciación cristiana de adultos
(1972). Por otra parte, el Concilio ha permitido que "en tierras de
misión, además de los elementos de iniciación contenidos en la tradición
cristiana, pueden admitirse también aquellos que se encuentran en uso
en cada pueblo siempre que puedan acomodarse al rito cristiano" (SC 65; cf. SC 37-40).
Hoy,
pues, en todos los ritos latinos y orientales, la iniciación cristiana
de adultos comienza con su entrada en el catecumenado, para alcanzar su
punto culminante en una sola celebración de los tres sacramentos del
Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía (cf. AG
14; CIC can.851. 865-866). En los ritos orientales la iniciación
cristiana de los niños comienza con el Bautismo, seguido inmediatamente
por la Confirmación y la Eucaristía, mientras que en el rito romano se
continúa durante unos años de catequesis, para acabar más tarde con la
Confirmación y la Eucaristía, cima de su iniciación cristiana (cf. CIC
can.851, 2. 868).
La mistagogia de la celebración
El
sentido y la gracia del sacramento del Bautismo aparece claramente en
los ritos de su celebración. Cuando se participa atentamente en los
gestos y las palabras de esta celebración, los fieles se inician en las
riquezas que este sacramento significa y realiza en cada nuevo
bautizado.
La señal de la cruz, al comienzo de la
celebración, señala la impronta de Cristo sobre el que le va a
pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo nos ha
adquirido por su cruz.
El anuncio de la Palabra de Dios
ilumina con la verdad revelada a los candidatos y a la asamblea y
suscita la respuesta de la fe, inseparable del Bautismo. En efecto, el
Bautismo es de un modo particular "el sacramento de la fe" por ser la
entrada sacramental en la vida de fe.
Puesto que el Bautismo significa la liberación del pecado y de su instigador, el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos
sobre el candidato. Este es ungido con el óleo de los catecúmenos o
bien el celebrante le impone la mano y el candidato renuncia
explícitamente a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia, a la cual será "confiado" por el Bautismo (cf Rm 6,17).
El agua bautismal
es entonces consagrada mediante una oración de epíclesis (en el momento
mismo o en la noche pascual). La Iglesia pide a Dios que, por medio de
su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de
que los que sean bautizados con ella "nazcan del agua y del Espíritu"
(Jn 3,5).
Sigue entonces el rito esencial del sacramento: el Bautismo
propiamente dicho, que significa y realiza la muerte al pecado y la
entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la configuración
con el misterio pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la
manera más significativa mediante la triple inmersión en el agua
bautismal. Pero desde la antigüedad puede ser también conferido
derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato.
En la
Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de las palabras del
ministro: "N., yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del
Espíritu Santo". En las liturgias orientales, estando el catecúmeno
vuelto hacia el Oriente, el sacerdote dice: "El siervo de Dios, N., es
bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". Y
mientras invoca a cada persona de la Santísima Trinidad, lo sumerge en
el agua y lo saca de ella.
La unción con el santo crisma,
óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu
Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir,
"ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido
sacerdote, profeta y rey (cf. Ritual del Bautismo de niños, 62).
En
la liturgia de las Iglesias de Oriente, la unción postbautismal es el
sacramento de la Crismación (Confirmación). En la liturgia romana, dicha
unción anuncia una segunda unción del santo crisma que dará el obispo:
el sacramento de la Confirmación que, por así decirlo, "confirma" y da
plenitud a la unción bautismal.
La vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha "revestido de Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado con Cristo. El cirio
que se enciende en el Cirio Pascual, significa que Cristo ha iluminado
al neófito. En Cristo, los bautizados son "la luz del mundo" (Mt 5,14; cf Flp 2,15).
El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro.
La primera comunión eucarística.
Hecho hijo de Dios, revestido de la túnica nupcial, el neófito es
admitido "al festín de las bodas del Cordero" y recibe el alimento de la
vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Las Iglesias orientales
conservan una conciencia viva de la unidad de la iniciación cristiana,
por lo que dan la sagrada comunión a todos los nuevos bautizados y
confirmados, incluso a los niños pequeños, recordando las palabras del
Señor: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis" (Mc
10,14). La Iglesia latina, que reserva el acceso a la Sagrada Comunión a
los que han alcanzado el uso de razón, expresa cómo el Bautismo
introduce a la Eucaristía acercando al altar al niño recién bautizado
para la oración del Padre Nuestro.
La bendición solemne cierra la celebración del Bautismo. En el Bautismo de recién nacidos, la bendición de la madre ocupa un lugar especial.
IV. Quién puede recibir el Bautismo
"Es capaz de recibir el Bautismo todo ser humano, aún no bautizado, y solo él" (CIC, can. 864: CCEO, can. 679).
El Bautismo de adultos
En
los orígenes de la Iglesia, cuando el anuncio del Evangelio está aún en
sus primeros tiempos, el Bautismo de adultos es la práctica más común.
El catecumenado (preparación para el Bautismo) ocupa entonces un lugar
importante. Iniciación a la fe y a la vida cristiana, el catecumenado
debe disponer a recibir el don de Dios en el Bautismo, la Confirmación y
la Eucaristía.
El catecumenado, o formación de los catecúmenos,
tiene por finalidad permitir a estos últimos, en respuesta a la
iniciativa divina y en unión con una comunidad eclesial, llevar a
madurez su conversión y su fe. Se trata de una "formación, aprendizaje o
noviciado debidamente prolongado de la vida cristiana, en que los
discípulos se unen con Cristo, su Maestro. Por lo tanto, hay que iniciar
adecuadamente a los catecúmenos en el misterio de la salvación, en la
práctica de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que deben
celebrarse en los tiempos sucesivos, e introducirlos en la vida de fe,
la liturgia y la caridad del Pueblo de Dios" (AG 14; cf. Ritual de iniciación cristiana de adultos, Prenotandos 19; Ibíd., Sobre el tiempo del catecumenado y de sus ritos 98).
Los
catecúmenos "están ya unidos a la Iglesia, pertenecen ya a la casa de
Cristo y muchas veces llevan ya una una vida de fe, esperanza y caridad"
(AG 14). "La madre Iglesia los abraza ya con amor tomándolos a sus cargo" (LG 14; cf CIC can. 206; 788).
El Bautismo de niños
Puesto
que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado
original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo
(cf DS 1514) para ser librados del poder de las tinieblas y ser
trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios (cf Col
1,12-14), a la que todos los hombres están llamados. La pura gratuidad
de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el
bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño
de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el
Bautismo poco después de su nacimiento (cf CIC can. 867; CCEO, can. 681;
686,1).
Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica
corresponde también a su misión de alimentar la vida que Dios les ha
confiado (cf LG 11; 41; GS 48; CIC can. 868).
La
práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición inmemorial
de la Iglesia. Está atestiguada explícitamente desde el siglo II. Sin
embargo, es muy posible que, desde el comienzo de la predicación
apostólica, cuando "casas" enteras recibieron el Bautismo (cf Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16), se haya bautizado también a los niños (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Pastoralis actio 4: AAS 72 [1980] 1139).
Fe y Bautismo
El Bautismo es el sacramento de la fe (cf Mc
16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Sólo
en la fe de la Iglesia puede creer cada uno de los fieles. La fe que se
requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un
comienzo que está llamado a desarrollarse. Al catecúmeno o a su padrino
se le pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" y él responde: "¡La
fe!".
En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después
del Bautismo. Por eso, la Iglesia celebra cada año en la vigilia
pascual la renovación de las promesas del Bautismo. La preparación al
Bautismo sólo conduce al umbral de la vida nueva. El Bautismo es la
fuente de la vida nueva en Cristo, de la cual brota toda la vida
cristiana.
Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese es también el papel del padrino o de la madrina,
que deben ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo
bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana (cf CIC can.
872-874). Su tarea es una verdadera función eclesial (officium; cf SC 67). Toda la comunidad eclesial participa de la responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo.
V. Quién puede bautizar
Son
ministros ordinarios del Bautismo el obispo y el presbítero y, en la
Iglesia latina, también el diácono (cf CIC, can. 861,1; CCEO, can.
677,1). En caso de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada,
puede bautizar (cf CIC can. 861, § 2) si tiene la intención requerida y
utiliza la fórmula bautismal trinitaria. La intención requerida consiste
en querer hacer lo que hace la Iglesia al bautizar. La Iglesia ve la
razón de esta posibilidad en la voluntad salvífica universal de Dios (cf
1 Tm 2,4) y en la necesidad del Bautismo para la salvación (cf Mc 16,16).
VI. La necesidad del Bautismo
El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (cf Jn 3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (cf Mt 28, 19-20; cf DS 1618; LG 14; AG
5). El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los que el
Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este
sacramento (cf Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el
Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso
está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de
hacer "renacer del agua y del Espíritu" a todos los que pueden ser
bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, sin embargo, Él no queda sometido a sus sacramentos.
Desde
siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen la
muerte por razón de la fe, sin haber recibido el Bautismo, son
bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento.
A los catecúmenos
que mueren antes de su Bautismo, el deseo explícito de recibir el
Bautismo, unido al arrepentimiento de sus pecados y a la caridad, les
asegura la salvación que no han podido recibir por el sacramento.
"Cristo
murió por todos y la vocación última del hombre en realmente una sola,
es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el
Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido
sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual" (GS 22; cf LG 16; AG
7). Todo hombre que, ignorando el Evangelio de Cristo y su Iglesia,
busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser
salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.
En cuanto a los niños muertos sin Bautismo,
la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en
el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de
Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc
10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para
los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la
llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a
Cristo por el don del santo Bautismo.
VII. La gracia del Bautismo
Los
distintos efectos del Bautismo son significados por los elementos
sensibles del rito sacramental. La inmersión en el agua evoca los
simbolismos de la muerte y de la purificación, pero también los de la
regeneración y de la renovación. Los dos efectos principales, por tanto,
son la purificación de los pecados y el nuevo nacimiento en el Espíritu
Santo (cf Hch 2,38; Jn 3,5).
Para la remisión de los pecados...
Por el Bautismo, todos los pecados
son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así
como todas las penas del pecado (cf DS 1316). En efecto, en los que han
sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el Reino de
Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las consecuencias
del pecado, la más grave de las cuales es la separación de Dios.
No
obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales
del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las
fragilidades inherentes a la vida como las debilidades de carácter,
etc., así como una inclinación al pecado que la Tradición llama concupiscencia, o metafóricamente fomes peccati:
«La concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no
la consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo.
Antes bien "el que legítimamente luchare, será coronado" (2 Tm 2,5)» (Concilio de Trento: DS 1515).
“Una criatura nueva”
El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creatura" (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" (2 P 1,4), miembro de Cristo (cf 1 Co 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6,19).
La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la justificación que :
— le hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo mediante las virtudes teologales;
— le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo;
— le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales.
Así todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo.
Incorporados a la Iglesia, Cuerpo de Cristo
El Bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. "Por tanto [...] somos miembros los unos de los otros" (Ef 4,25). El Bautismo incorpora a la Iglesia.
De las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva
Alianza que trasciende todos los límites naturales o humanos de las
naciones, las culturas, las razas y los sexos: "Porque en un solo
Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo" (1 Co 12,13).
Los bautizados vienen a ser "piedras vivas" para "edificación de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo" (1 P
2,5). Por el Bautismo participan del sacerdocio de Cristo, de su misión
profética y real, son "linaje elegido, sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de aquel que os ha llamado
de las tinieblas a su admirable luz" (1 P 2,9). El Bautismo hace participar en el sacerdocio común de los fieles.
Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no se pertenece a sí mismo (1 Co 6,19), sino al que murió y resucitó por nosotros (cf 2 Co 5,15). Por tanto, está llamado a someterse a los demás (Ef 5,21; 1 Co 16,15-16), a servirles (cf Jn 13,12-15) en la comunión de la Iglesia, y a ser "obediente y dócil" a los pastores de la Iglesia (Hb 13,17) y a considerarlos con respeto y afecto (cf 1 Ts
5,12-13). Del mismo modo que el Bautismo es la fuente de
responsabilidades y deberes, el bautizado goza también de derechos en el
seno de la Iglesia: recibir los sacramentos, ser alimentado con la
palabra de Dios y ser sostenido por los otros auxilios espirituales de
la Iglesia (cf LG 37; CIC can. 208-223; CCEO, can. 675,2).
Los
bautizados "renacidos [por el bautismo] como hijos de Dios están
obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios
por medio de la Iglesia" (LG 11) y de participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios (cf LG 17; AG 7,23).
Vínculo sacramental de la unidad de los cristianos
El
Bautismo constituye el fundamento de la comunión entre todos los
cristianos, e incluso con los que todavía no están en plena comunión con
la Iglesia católica: "Los que creen en Cristo y han recibido
válidamente el Bautismo están en una cierta comunión, aunque no
perfecta, con la Iglesia católica [...]. Justificados por la fe en el
Bautismo, se han incorporado a Cristo; por tanto, con todo derecho se
honran con el nombre de cristianos y son reconocidos con razón por los
hijos de la Iglesia católica como hermanos del Señor" (UR 3). "Por consiguiente, el bautismo constituye un vínculo sacramental de unidad, vigente entre los que han sido regenerados por él" (UR 22).
Sello espiritual indeleble…
Incorporado a Cristo por el Bautismo, el bautizado es configurado con Cristo (cf Rm 8,29). El Bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual indeleble (character)
de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado,
aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación (cf DS
1609-1619). Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser reiterado.
Incorporados
a la Iglesia por el Bautismo, los fieles han recibido el carácter
sacramental que los consagra para el culto religioso cristiano (cf LG
11). El sello bautismal capacita y compromete a los cristianos a servir
a Dios mediante una participación viva en la santa Liturgia de la
Iglesia y a ejercer su sacerdocio bautismal por el testimonio de una
vida santa y de una caridad eficaz (cf LG 10).
El "sello del Señor" (San Agustín, Epistula 98, 5), es el sello con que el Espíritu Santo nos ha marcado "para el día de la redención" (Ef 4,30; cf Ef 1,13-14; 2 Co 1,21-22). "El Bautismo, en efecto, es el sello de la vida eterna" (San Ireneo de Lyon, Demonstratio praedicationis apostolicae,
3). El fiel que "guarde el sello" hasta el fin, es decir, que
permanezca fiel a las exigencias de su Bautismo, podrá morir marcado con
"el signo de la fe" (Plegaria Eucarística I o Canon Romano), con
la fe de su Bautismo, en la espera de la visión bienaventurada de Dios
—consumación de la fe— y en la esperanza de la resurrección.
Resumen
• La
iniciación cristiana se realiza mediante el conjunto de tres
sacramentos: el Bautismo, que es el comienzo de la vida nueva; la
Confirmación, que es su afianzamiento; y la Eucaristía, que alimenta al
discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para ser transformado en
Él.
• "Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20).
• El
Bautismo constituye el nacimiento a la vida nueva en Cristo. Según la
voluntad del Señor, es necesario para la salvación, como lo es la
Iglesia misma, a la que introduce el Bautismo.
• El
rito esencial del Bautismo consiste en sumergir en el agua al candidato
o derramar agua sobre su cabeza, pronunciando la invocación de la
Santísima Trinidad, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
• El
fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una realidad rica que
comprende: el perdón del pecado original y de todos los pecados
personales; el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre es
hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu
Santo. Por la acción misma del bautismo, el bautizado es incorporado a
la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio de
Cristo.
• El Bautismo imprime en el alma un signo
espiritual indeleble, el carácter, que consagra al bautizado al culto
de la religión cristiana. Por razón del carácter, el Bautismo no puede
ser reiterado (cf DS 1609 y 1624).
• Los
que padecen la muerte a causa de la fe, los catecúmenos y todos los
hombres que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer la Iglesia,
buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad,
pueden salvarse aunque no hayan recibido el Bautismo (cf LG 16).
• Desde
los tiempos más antiguos, el Bautismo es dado a los niños, porque es
una gracia y un don de Dios que no suponen méritos humanos; los niños
son bautizados en la fe de la Iglesia. La entrada en la vida cristiana
da acceso a la verdadera libertad.
• En cuanto a
los niños muertos sin bautismo, la liturgia de la Iglesia nos invita a
tener confianza en la misericordia divina y a orar por su salvación.
• En
caso de necesidad, toda persona puede bautizar, con tal que tenga la
intención de hacer lo que hace la Iglesia, y que derrame agua sobre la
cabeza del candidato diciendo: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo".
Un solo Bautismo para el perdón de los pecados
Nuestro
Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id por
todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea
y sea bautizado se salvará" (Mc 16, 15-16). El Bautismo es el
primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a
Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra
justificación (cf. Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (Rm 6, 4).
"En
el momento en que hacemos nuestra primera profesión de fe, al recibir
el santo Bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan completo el
perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada por borrar,
sea de la culpa original, sea de cualquier otra cometida u omitida por
nuestra propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir para expiarlas. Sin
embargo, la gracia del Bautismo no libra a la persona de todas las
debilidades de la naturaleza. Al contrario [...] todavía nosotros
tenemos que combatir los movimientos de la concupiscencia que no cesan
de llevarnos al mal" (Catecismo Romano, 1, 11, 3).
En este
combate contra la inclinación al mal, ¿quién será lo suficientemente
valiente y vigilante para evitar toda herida del pecado? "Puesto que era
necesario que, además de por razón del sacramento del bautismo, la
Iglesia tuviera la potestad de perdonar los pecados, le fueron confiadas
las llaves del Reino de los cielos, con las que pudiera perdonar los
pecados de cualquier penitente, aunque pecase hasta el final de su vida"
(Catecismo Romano, 1, 11, 4).
Por medio del sacramento de la Penitencia, el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia:
«Los Padres tuvieron razón en llamar a la penitencia "un bautismo laborioso" (San Gregorio Nacianceno, Oratio
39, 17). Para los que han caído después del Bautismo, es necesario para
la salvación este sacramento de la Penitencia, como lo es el Bautismo
para quienes aún no han sido regenerados» (Concilio de Trento: DS 1672).